abril 04, 2012

De frente a la verdad

Si algo he aprendido en los últimos años, es que no hay problema alguno en cambiar de opinión y aceptar que la vida y las circunstancias siempre serán diferentes. Esa es parte de la grandeza del ser humano: lo que me funciona hoy, mañana quizás ya no me sirva, y debo aprender a soltarlo y seguir adelante.
Sin embargo, nunca creí que fuera tan difícil tomar decisiones de vida cuando consideras que éstas únicamente te afectarán a ti, pero terminan sacudiendo todo a tu alrededor. Así podría resumir lo ocurrido en los meses que siguieron a mi última entrada en este blog.
Como ya había escrito, el reencuentro con mis pasiones me llevó no sólo a concretar lo que había sido un negocio improvisado, sino a enfrentar los verdaderos sentimientos de mis padres respecto a mi decisión.
Todo se desató luego de una nueva oportunidad de empleo, el segundo en ofrecerme un sueldo nada despreciable en comparación con los trabajos a los que había aplicado, pero que significaba un sacrificio: hacer lo que nunca hubiera imaginado, estar encerrada en un conmutador. Siempre he creído que no hay trabajo denigrante o que merezca ser visto por encima del hombro, mi sentimiento no tenía que ver con eso, esta oportunidad significaba ir en contra de mí, de mis sueños e ideales.
Un día antes lloré y me cuestioné tantas veces como fue posible, discutí con mi mamá y me dije más de una vez: es sólo por un tiempo, en lo que juntas dinero para emprender tus proyectos, pero ni eso me reconfortaba. Me fui a dormir preguntándole a Dios qué hacer, rogándole que algo sucediera, y sucedió, porque él nunca hace algo sin tener un objetivo específico, y sé que me conoce mejor que nadie.
Al día siguiente me fui con la resignación reflejada en el rostro, con deseos de diluirla con mi sonrisa. Llegué al lugar de la entrevista; lo que ocurrió en aquella oficina me cambió la vida.
Me atendió un hombre de mediana edad, simpático, también egresado de la UAM; con tan sólo echar un ojo a mi CV preguntó: “¿tú qué haces aquí?”. Después de contarle mis razones, la plática se tornó más personal de lo que nunca hubiera llegado a pensar. De pronto ese desconocido, cuyo único lazo conmigo eran los papeles que tenía en un fólder, parecía conocerme mejor de lo que yo había demostrado hacerlo al ir hasta ese lugar; despejó mis dudas y me recordó que sólo debía estar donde yo así lo deseara. Me habló de mis capacidades y del potencial que veía en mí; de seguir mi sueño, crear, generar, no sólo seguir.
Lo que me alentó a rechazar el trabajo, fue el recordatorio de aquello que yo había previsto la noche anterior “esto no te va a dar experiencia, y corres el riesgo de quedarte atrapada ahí”; cuando me preguntó si quería pensarlo y regresar dos días después con mi respuesta definitiva, preferí evitarnos la pena y me despedí, con un peso menos encima, pero un temor irrefutable por lo que me esperaba en la noche. Me sentía como adolescente a punto de reprobar el año, consciente de la decepción que significaba para mis padres.
Así pasé varias semanas, triste y con esa sensación de “fracaso” que nadie debería sentir, dándole vueltas y vueltas a la pregunta que me hizo mi mamá“¿qué quieres de tu vida Marisela, qué?”. Tenía, tengo, claro lo que no, pero ¿qué sí?. ¿Ser chef era realmente mi sueño?, vivir en una cocina no parecía algo malo, pero continuaba esa comezón por comunicarme, escribir, sentirme libre; fue entonces cuando recordé qué me acercó de nuevo al mundo gastronómico: los suplementos de los diarios nacionales, los programas de televisión, y aquella información sobre una maestría en periodismo gastronómico que imparten en España.
Pensé “claro, tonta, ¿a poco pensabas dejar de escribir?” Pues no, es parte de mí, esa soy yo. No niego que me abordaron miedos que aún tengo en este momento, miedo a querer abarcar mucho, a no consolidarme, a que por no hacerlo en un medio “serio” sea sólo una aficionada más. Pero si así fuera, ¿qué?, no se trata de intentar, esforzarse, entregar el alma y hacer lo mejor posible; aunque lo hiciera en un lugar reconocido, no faltaría quien piense que apesto, como no faltará (espero) a quien le guste mi trabajo.
A veces creo que sufro de múltiples personalidades, otras que soy como un colibrí que va de flor en flor. Siempre termino con la firme convicción de que uno debe seguir sus instintos, voltear, y aterrizar donde el paisaje le llame la atención, donde se sienta a salvo y feliz. Después de todo, este año se termina el mundo... o no, pero al final haré de mi vida lo que quiero. Hoy Mawii está más decidida que nunca a viajar, a comer, a escribir, con los miedos de lado; usaré mi pasado como un punto a favor, mi pasión por los sabores como lenguaje, y mi afán de buscar siempre el lado nutritivo de las cosas, como distintivo.
Y a todo esto, ¿no que yo planeaba un negocio? Sí, lo estoy construyendo, porque será éste el que solvente mis viajes, al menos hasta que me paguen por hacer lo que me da la gana, y si no así será, porque ambos me apasionan y los disfruto, me gusta crear para provocar sonrisas, pero también para intentar generar conocimiento.
Me leo y me doy cuenta que no me equivoco, porque estoy enamorada de estos planes, como lo he estado de otros. Al final de cuentas la vida es como las relaciones: un vaivén de emociones y sentimientos que más vale aprovechar cuando existen, porque el día que se esfuman no hay marcha atrás.



No hay comentarios:

Publicar un comentario