Recuerdo
ver la cacerola con trozos de pan cubiertos con piloncillo y no poder
evitar la tentación de 'pellizcar' un pedazo de queso o alguna almendra
que lucía tendadora
entre aquel peculiar postre esos viernes de vigilia, una de mis
temporadas favoritas culinariamente hablando, al menos durante mi
infancia y primeros años de la adolescencia.
Siempre supe que aquel pan húmedo y
dulce que con tanta diligencia hacía mi tía Silvia, se llamaba Capirotada, así me enseñaron y casi podía deducir la receta al
degustar los ingredientes: pan, pasas, almendras, piloncillo y canela.
Su textura era 'aguada', aún quedaban rastros de una miel muy ligera en
el plato, pero eso que para algunos podría ser extraño, para mí era uno
de los placeres más grandes, de esas comidas que uno no entiende por qué
se hacen únicamente en fechas especiales y por lo mismo los disfrutas hasta el
final, a sabiendas que tendrás
que esperar otros 365 días para probarlo y no porque sus componentes
sean difíciles de encontrar, al final se trata de elementos atemporales,
sino porque así dicta la tradición, y hay cosas que aún sin entenderse
se acatan sin chistar.
Entre
los que no disfrutaban aquel dulce 'viscoso', está mi papá, que quizá
en su papel de perfeccionista y gran chef, o en el de 'michoacano' en
defensa de las recetas de origen, un día se cansó del velo que aquella
preparación ponía en nuestros ojos haciéndonos creer que así debía ser, y reveló su receta, declarando con seguridad: “Así es como se hace la capirotada”.
Tuvieron que pasar años para descubrir que ni uno ni otro estaba en lo correcto, pero ninguno estaba equivocado; es decir, nunguna
era la receta 'original', pero tampoco errónea. Como mucho de los
platillos que forman parte de nuestra cultura mexicana, hay muchas
recetas, una sola tradición. Investigando conocí un poco sobre las versiones en diferentes entidades de la República Mexicana, pero también supe un poco sobre el origen, que no es precisamente prehispánico, sino una adaptación de un plato antiguo traído desde Europa, cuya primera inspiración es el plato romano nombrado Sala Cattabia,
que se fue transformando incluyendo diversos ingredientes, aunque las
primeras preparaciones eran platos salados más que dulces.
Se
hace referencia a que es la capirotada de los platillos a los que se menciona con mayor premura en la historia de México y fue en el
siglo XX que se popularizó la versión de plato dulce como plato de vigilia.
Actualmente,
será el estado del territorio mexicano el que dicte los ingredientes, principalmente hacia el Noroeste de
México, donde los comunes serán el pan, la miel de
piloncillo y queso, sumándose otros como las pasas, nueces, almendras o
plátano.
En
mi caso, son dos las versiones que conozco: la de mi tía y la de mi
papá, las dos similares en cuanto a los ingredientes, únicamente distan
en la preparación, pero algo tan sencillo les da un toque muy diferente,
aunque ambas son recetas del centro del país.
El día de mañana subiré las dos, para que utilicen la que les acomode más:
* Según apuntan los recuerdos y los relatos de mi tía Marcela y mi mamá, el pan que utilizaba su hermana la mayoría de las ocasiones era traído
de Michoacán, que según he leído, son rodajas de pan tostadas en el
horno, lo que las deja listas para ser utilizadas, y le encuentro toda
la lógica tomando en cuenta el lazo tan fuerte de mi familia con este
estado.
** En el caso de la receta de mi papá, hay que cortar el bolillo o telera en rodajas medianas y dejar secar por un par de días, pero aplica para ambos casos.
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