El horno milagro siempre fue familiar
para mí, era común verlo en casa de mi abuela; sin embargo hoy día,
no es tan sencillo verlo, incluso en la cocina de mi mamá brilla por
su ausencia, sé que existe en algún rincón, seguramente empolvado,
pero ya no forma parte de los utensilios cotidianos y estoy casi
segura que así pasa en otros sitios.
Sin embargo, este 'artefacto' es de
gran utilidad, pues permite preparar panes, pasteles, o diferentes
guisos sin necesidad de prender el horno, pues se utiliza como una
suerte de olla en la flama de la estufa. Se compone de tres partes:
el molde donde se vierten las mezclas o colocan los alimentos, la tapa y la base. Esta
última se introduce en el orificio del contenedor y es la que tendrá
el contacto directo con la flama, distribuyendo el calor y evitando
que se queme el fondo de la preparación.
La clave en el éxito de este 'horno
milagroso', está en los orificios ubicados en el borde de la tapa y
el molde, pues al mantenerse cerrados, permiten la cocción, y al
abrirlos ayuda a dorar los alimentos.
Si soy sincera, no cocino con él y mi
abuela ya no vive para poder preguntarle la fórmula para hacerlo de
forma correcta, pero según pude sondear en Internet, varios sitios
coinciden en que ésta es 50 y 50. Es decir, la mitad del tiempo con
los 'hoyitos' cerrados y la otra mitad abiertos. Aunque como muchas
cosas en la cocina, habrá que experimentar hasta encontrar lo que se
adapte a nosotros.
Tal vez nunca tengamos la oportunidad
de utilizar uno, pero vale la pena echar un vistazo a los elementos
que han formado parte de la cocina y nuestro pasado.
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