¡Feliz Día del Abuelo!
Hoy 28 de agosto, no puedo evitar hacer una pausa para hablar de las personas que tuvieron una gran influencia en mi vida, y quienes en gran parte son “responsables” del nuevo rumbo que he eligido seguir: mis abuelos.
Prácticamente crecí en la casa de mis abuelos maternos, fue mi segundo hogar; la siempre llamada “casa de mi abuela”, conserva mis recuerdos infantiles, pero también mis primeros encuentros con la cocina.
No recuerdo mejor comida que la que ahí probé, una combinación entre platillos tradicionales y otros que mi tía Silvia iba recabando: caldos de suadero, res, cola, tlalpeño; sopa de verduras, de papa y espinaca, arroz a la mexicana; chilaquiles, enchiladas verdes, michoacanas, de mole; tostadas de tinga, pata, frijoles; pescado a la reina, huachinango a la veracruzana, coctel de camarón, almejas, caldo de pescado, y un sin fin de preparaciones que despertaron mi curiosidad culinaria.
Disfrutaba pasar tiempo en la cocina, al principio obligatoriamente con la tarea de pelar habas, chícharos; limpiar ejotes, elegir frijoles al regreso del tianguis. Así también surgió mi amor por los mercados, el ambiente, los productos siempre frescos y de la mejor calidad; desde entonces quedé impactada por la gran diversidad que nos ofrece el suelo mexicano.
Siempre había una recompensa a aquellas tareas: elotes hervidos, nieves, eskimos. Mantuve una relación íntima con la comida, me gusta pensar que en un buen sentido, pues en casa de mi abuela era rara la vez que había frituras, pastelillos o golosinas; por el contrario: a la salida de la escuela nos recibía con platones de jícama, mango, zanahorias, pepinos, betabel o chayote con espinas cocido para “picar” antes de comer. Los postres siempre eran frutas de temporada.
Así probé alimentos de todo tipo: tacos de ubre, cabeza, cola de res, hígado, chapulines, queso de puerco, sesos; pápalo, berros; capulines, guanábana. Eso sin mencionar los viajes.
Mi abuelo era un viajero apasionado, y disfrutaba compartir esos momentos con sus nietos, lo que hoy considero un privilegio. Recuerdo a mi mamá decirle con cariño “tragón”; andar con él te aseguraba la alimentación cubierta, y no sólo eso, muy bien cubierta, con una peculiaridad: rara vez entrábamos a restaurantes elegantes; generalmente íbamos a mercados, lugares escondidos, o puestos de calle, en total congruencia con la personalidad de “papá chucho”, pues si algo tenía mi abuelo era “don de gente” y muy buen ojo (o paladar) y terminaba haciendo amistad con quien nos atendía.
Podría extenderme mucho más, pero mejor en otra ocasión continúo con mis historias de viaje y recuerdos gastronómicos. Sólo quería hacer un pequeño homenaje, que también sirviera de contexto para comprender un poco más del por qué elijo el tema gastronómico: es por aquellos buenos tiempos, pero sobre todo por la curiosidad y pasión que despertaron en mí, al grado de querer conocer más y compartir, con la creencia de que aquella semilla plantada por mis abuelos y mi padre, dieron buenos frutos en un nivel que ni yo me esperaba.
El por qué pudo más el tema gastronómico que el cultural siendo mi abuelo un músico destacado y haber crecido con música clásica, no lo sé, pero al final de cuentas no importa: cada uno encuentra su pasión en sitios inhóspitos, y las pasiones no hay que cuestionarlas, sólo dirigirlas hacia el mejor desenlace posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario