A veces el tiempo fluye tan rápido que no nos damos cuenta en qué día vivimos: éste es uno de esos momentos. Caigo en la cuenta de que estamos en octubre, a dos meses y un poquito más de que el año se termine, de que comience un nuevo ciclo y en parte me aterra aunque no debo negar que tengo muchos planes para el 2012.
Las razones por las que temo a ese año no tienen nada que ver con el tan promovido fin del mundo, más bien van de la mano con mi eterna locura de hacer lo que me da la gana y romper mis propios esquemas. Han pasado dos años desde que me gradué de la universidad y lamentablemente para el mundo laboral eso implica una laguna en mi CV por no tener una empresa que me respalde más allá de mis prácticas profesionales y servicio social, y pienso que es lamentable porque no me he detenido y le pese a quien le pese, he trabajado y emprendido mis proyectos; aunque estos no me hayan dado dinero, si me dieron grandes satisfacciones, pero en fin, en otro momento ahondaré sobre este tema.
Lo que hoy viene al caso es que ya se nos va otro año, pero antes de que lleguen los arbolitos, luces, villancicos y posadas, tocará a la puerta una de mis fechas favoritas: el Día de Muertos; no sé por qué, pero desde niña siempre le he tenido mucho afecto a este día, aunque a partir de la muerte de mis abuelos tomó otra dimensión, más nostálgica.
Seguramente tiene que ver con la educación que me dieron, porque orgullosamente puedo decir que fui de esas generaciones educadas de manera presencial por abuelos y padres, antes de que el mundo laboral absorbiera a los padres e hiciera que los abuelos huyeran del papel de cuidadores. Me fue inculcados el respeto y amor por mis raíces; esto aunado a la ferviente devoción católica con que fui educada, y aún conservo (a mi manera, claro), derivó en un gusto por este día.
No niego que en mi familia siempre hubo lugar para los Halloweens y disfraces, aún hoy lo hacemos, especialmente por los niños, pero siempre la ofrenda tuvo un lugar privilegiado.
Hasta hoy no he sabido que en casa de mis abuelos o en mi casa no haya ofrenda, incluso en ocasiones nos hemos tenido que acomodar en un huequito del comedor, porque la mayor parte está ocupada por la comida y veladoras para mis abuelos y familiares; recuerdo que siendo adolescente le ponía discos a mi hermana Gena (qepd) que creía le podrían gustar, nunca la conocí, murió a las horas de nacida, pero siempre ha sido una forma de mantenerla en nuestras vidas.
En fin, la verdad es que aunque a algunos les parezca raro (a la esposa de mi primo que es dominicana la aterra), para mí la relación que tiene el mexicano con la muerte le ayuda a conservar en la memoria a aquellos que tanto amó y a quienes no tiene el más mínimo deseo de olvidar. Definitivamente, estos días son de reflexión, recuerdos, nostalgia, especialmente por los momentos que estamos pasando, y porque este año muchos nombres que quizás no deberían estar escritos en calaveritas de azúcar y chocolate, lo estarán. No dudo que haya más de uno que le dedique su ofrenda a Capulina o Steve Jobs, pero para mí seguirá siendo tan íntima, como lo es toda mi vida, y únicamente agregaré el nombre de la abuelita de la otra parte de mi alma.
Seguramente volveré a escribir sobre este tema en alguna entrada posterior, pero por el momento les dejo un artículo sobre la mejor manera de evitar el debate de si es mejor el Halloween o el Día de Muertos: fusionarlos jaja
Saludos, y vayan planeando la ofrenda, no dejen a sus conocidos sin comer esa noche...
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