octubre 08, 2010

Obesidad infantil

por María
Desde tiempos muy remotos se tiene arraigado el pensamiento de que un niño gordito es un niño sano; entre más “cachetón y chapeadito”, mejor: los niños deben comer más, porque están en crecimiento.
Pero oh, sorpresa, ahora nos anuncian que tenemos un exceso de niños con problemas de sobrepeso u obesidad, y con esto aumentos en la probabilidad de padecer diabetes juvenil, hipertensión, infartos y demás enfermedades que antes se consideraban de adulto.
Esta situación no es gratuita, la hemos ganado a pulso. Desde hace ya varios años, el ritmo de vida, la tecnología y la inseguridad, han provocado cambios en los hábitos, tanto alimenticios como de actividad física, de las personas alrededor del mundo.
La necesidad de pasar más horas en la oficina, el tráfico; así como mantenerse a salvo de la delincuencia, nos han obligado a comer o medio comer; a consumir alimentos poco nutritivos, alejarnos de las actividades al aire libre y permanecer muchas horas estáticos.
Esto no sólo se refleja en el incremento de nuestro peso, sino también en el de nuestros niños, así como las ya mencionadas repercusiones en la salud.
No es raro toparse con padres e hijos comiendo en el puesto de quesadillas de la esquina; sigue siendo común premiar a los niños con visitas a los restaurantes de comida rápida; callarlos con una paleta; amenazarlos con las verduras.
Hemos condicionado a los niños, así como nuestros padres nos condicionaron a nosotros, a crear fantasías, deseos, frustraciones, traumas y repulsiones alrededor de la comida, conductas que muchas veces se ven reforzadas por los grandes referentes de los niños, la televisión.
Si bien ésta en los últimos años ha tratado de difundir una vida más saludable, existen imágenes y discursos que no se pueden borrar, principalmente en aquellas generaciones que no corrimos con la suerte de una campaña tan preocupada por promover los buenos hábitos.
Sin embargo, no eran necesarios, antes la alimentación de la familia mexicana distaba mucho de ser lo que es hoy, esa donde abundan los alimentos congelados, fritos, listos para comer; las comidas rápidas, y los postres industrializados.
Es por esta razón que para muchos es inconcebible pensar que si antes se comía más, no existieran tantas personas con sobrepeso; pero, no es difícil darse cuenta de que la calidad de los alimentos era muy diferente. Mientras antes el postre constaba de una fruta, ahora lo mínimo es un chocolate o un helado sacado del congelador.
Hemos caído en un exceso que justificamos en nuestro ritmo de vida, y las consecuencias son claras, pero las soluciones no tanto.
Al ser pequeños, se puede suponer que la probabilidad de cambiar los malos hábitos en los niños, resulta más sencillo, pues no son ellos quienes deciden qué comer, o al menos no debería ser así del todo, pero es justo éste el mayor problema al que nos enfrentamos.
El problema llega a magnitudes tan elevadas que llamó la atención del gobierno, lamentablemente más preocupados por el aspecto económico que de salud, pero al menos es un avance que dio como resultado el Acuerdo Nacional para la Salud Alimentaria: Estrategia contra el sobrepeso y la obesidad.
Éste fue presentado por la Secretaría de Salud en enero de este año, y su objetivo es atacar la epidemia de enfermedades crónicas no transmisibles, derivadas del sobrepeso y la obesidad.
Frente a estas medidas Pedro García, el vicepresidente de la Comisión de Alimentos de la Cámara Nacional de la Industria de Transformación (Canacintra), expuso “con actos de autoridad no se cambian los hábitos de consumo de los mexicanos”.
Podrían parecer patadas de ahogado, pero está muy lejos de equivocarse.
La propuesta es buena, interesante, plausible, pero también suena algo alejada de lograr resultados tangibles.
No se trata de ser optimista o pesimista, pero el hecho de impedir que los niños compren “chatarra” en las escuelas y hagan un poco de ejercicio, no elimina el problema, es un inicio, marca una pauta, pero ese inicio debe tener una continuación.
De qué sirve eliminarlos de las escuelas si al salir los podrán comprar, o si los llevarán a comer a un restaurante de comida rápida, o al puesto de carnitas o quesadillas.
Si los padres no hacen un esfuerzo junto con las Secretarías de Salud y Educación, el problema nunca logrará erradicarse, por el contrario, sólo se generará una mala relación con la comida por parte de los niños que podría generar una necesidad psicológica hacia esos alimentos, o por el contrario, una repulsión hacia ellos.
Porque etiquetar lo que comemos como bueno o malo sin dar una explicación lógica, simplemente con la idea de engordar o no, terminará creando una relación poco sana con ese aspecto fundamental de la vida.
No podemos continuar con nuestros malos hábitos alimenticios y esperar que de pronto los de ellos se vuelvan buenos, que coman saludablemente cinco veces al día, se olviden de la comida chatarra y sean niños activos.
Tampoco se trata de ajustar nuestra vida a una vida saludable, sino hacer pequeños cambios que nos beneficien a todos.
Olvidarnos de los tabúes hacia los alimentos y enseñarlos que lo realmente necesario no es dejar de comer las cosas que les gustan, sino moderar su consumo y reducirlo a una o dos veces por semana.

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