junio 11, 2010

Inició el mundial

Hoy desperté emocionada, cambió el acelere que comúnmente acompaña mis mañanas por un ligero sentimiento de ansiedad, pero no esa causada por la aprehensión que las circunstancias que me rodean generan, sino por un deseo porque mi jornada comenzara.

Seguí mi rutina habitual, la diferencia fue que hoy me puse la camiseta de México, esa que sólo aparece en ocasiones especiales, y este día lo ameritaba.

Estaba totalmente emocionada por ver la inauguración del mundial, emoción que se convirtió en enajenamiento cuando comenzó el espectáculo. Esto no debería sonar raro, por ser un acontecimiento que ocurre cada cuatro años y que seguramente habrá provocado lo mismo en otros miles, o quizás millones, de personas.

Lo que me resultó curioso es que no soy una persona afine al fútbol, de hecho no acostumbro verlo más que cuando lo ponen en la sala mi padre y mi hermano, es más en los últimos partidos preferí dormir que ver el resultado, y esta semana me burlaba y quejaba de los acontecimientos alrededor de este evento, incluso ayer me parecía tan equis.

Entonces, ¿qué me hizo cambiar de opinión?, ¿acaso el monstruo del fútbol llegó a mi cama en la noche y me poseyó?.

Lo dudo, lo que es innegable es que este tipo de eventos generan una especie de atracción que llama la atención hasta de aquellos que no acostumbran ver deportes en la televisión, el cual es definitivamente mi caso.

Si bien es cierto que mi atención estaba centrada en ver cuál sería el espectáculo que prepararon los sudafricanos, y marcaría el inicio de esta justa, también me aventé el partido completito.

Esperaba un triunfo como la mayoría en este país, eso es bien sabido, pero más que eso, buscaba la emoción, porque cuatro años de espera generan un cúmulo de ilusiones, no por ser pambolera, sino por ser humano y sobre todo por ser mexicana.

Al final del partido entendí que lo que logra el mundial, al menos en mi, es romper la rutina, por unos días olvidarme de lo que roba mi energía la mayor parte de mi tiempo, para enfocarla en otras cosas quizá frívolas, tal vez más valiosas.

Porque no es el fútbol, es la experiencia, convivir, ser uno por 90 o más minutos.

Y no creo que este pensamiento sea únicamente mío; las circunstancias que nos rodean y el momento tan conflictivo que vive, no sólo el país, sino el mundo, provocan que nos vamos en la necesidad de creer en algo, de buscar una salida, y en este momento el fútbol satisface esa necesidad.

Porque no somos nosotros los que jugamos, y eso aunque nos desespere, ponga nerviosos o enoje, contradictoriamente nos da una calma, porque no está en nuestras manos, lo que nos permite culparlos cuando algo sale mal.

Pero al mismo tiempo nos da esa alegría y esa posibilidad de seguir teniendo esperanza, no sólo en nuestro equipo, sino en un sueño que se puede hacer realidad, creer que todo puede ser emocionante y divertido al menos por un día.

Para quienes están en contra de la enajenación que genera el fútbol, debo decir que tienen razón, no debemos permitir que se convierta en niebla que nos impida ver lo que ocurre en frente, pero tampoco nos obsesionemos, démonos la oportunidad de que este evento venza la cotidianidad de nuestros días.
Y no sólo veamos los partidos, disfrutemos la emoción, pero también aprovechemos para conocer otra cultura, un país del que no es muy usual que nos acordemos, utilicemos este tiempo para acercarnos a esa gente, que aún con la distancia es parte de la perfección que consolida nuestro universo.

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