octubre 31, 2010

Día de Muertos

Hay quienes lo consideran una tradición, para otros es sólo una especie de mito, un culto; hay algunos que les es anormal, a quienes les da miedo. Curiosos viajan desde otros países para ver y plasmar en diarios, libros, documentales y fotografías una práctica que los mexicanos no podemos pasar por alto: el "Día de Muertos".
De origen prehispánico, con la llegada de los españoles se fusionó con las festividades cristianas del "Día de Todos los Santos" y "De los Fieles Difuntos"; en la actualidad muy apegada al Halloween, de origen Celta que llegó por medio de los Irlandeses a Estados Unidos, de donde ha provenido la mayor difusión.
Aunque hay quienes privilegian estas celebraciones, la tradicional "Fiesta de Día de Muertos" permanece arraigada en gran parte del territorio nacional; al grado de haber sido proclamada como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en el 2003 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
En algunos estados de la República Mexicana tiene mayor peso que en otros; aquellos que siguen llevando al pie de la letra los rituales que permitirán a los seres que murieron regresar del Más allá, para agasajarse con los platillos hechos especialmente para ellos, y compartir una velada más con aquéllos que se quedaron.
Pueden venir de Mictlán, del Cielo o de un universo paralelo; lo que es cierto, es que en México tenemos más que un culto, un aprecio, un respeto a la muerte y una añoranza por nuestros amigos, familiares o conocidos ya fallecidos.
La tratamos por igual, bromeamos con ella para hacerla parte de nosotros; no es una burla, es un juego: común entre mexicanos que gustamos de ver la vida desde la perspectiva más relajada para, en muchas ocasiones, evitar llorar en las circusntancias complicadas que lo ameritarían.
Existen diferentes formas de celebrarlo: desde modestos altares hasta mega ofrendas; sin dejar pasar los eventos que se llevan a cabo en todo el territorio nacional, como las celebraciones de Mixquic y Xochimilco, en la ciudad de México; Janitzio, en Michoacán y Oaxaca, por mencionar sólo algunos.
El factor común, y que aún se conserva en muchos de los hogares mexicanos, es la Ofrenda. Aquella que se coloca con el deseo y la fe de que las almas que regresan a visitar a sus familiares encuentren lo que en vida solían disfrutar. No es raro encontrar desde comida, hasta cigarros, tequila, o incluso juguetes para los pequeños que perdieron la vida.
Pero más allá de todo lo que pueden implicar estas fechas; dejando a un lado los lazos prehispánicos, místicos, religiosos, paganos o la adopción de costumbres ajenas a lo nuestro, hay cosas que le dan a estos días un carácter especial y que lo identifican como mexicano.
Dejando a un lado las cadenas de supermercados, hay otro tipo de comercio que no podemos dejar a un lado: los mercados.
A mediados de octubre podemos encontrar diferentes puestos comerciales de gran tradición.A un lado de aquellos que venden disfraces y trucos, están los que se esfuerzan por mantener viva nuestra tradición, inventando cuanta cosa tengan a la mano para seguir obteniendo ingresos con un oficio heredado, en una competencia, en la que llevan desventaja, frente a los grandes establecimientos.
Encontramos dulces y calaveritas que cada año nos sorprenden por su originalidad: las típicas de azúcar y chocolate han sido opacadas por las de amaranto, gomita, cereal con chocolate e incluso tamarindo. Nos topamos con verdaderas obras de arte: catrinas hechas de chocolate, calaveras decoradas como novios, manzanas cubiertas de chocolate que asemejan calabazas, pan de muerto que no es pan, en fin los sabores del recuerdo nos persiguen.
Porque quién no, siendo niño, saboreó alguna de esas variedades; se empalagó con un cráneo de azúcar, o disfrutó de las mieles de la calabaza en tacha.
Somos de "buen diente", de paladar acostumbrado al sabor que sólo la tradición tiene. Y los mercados impregnan con sus olores nuestras ropas; la flor de cempazúchitl nos anuncia que ya es momento de reencontrarnos con los que ya no están, si no en cuerpo, al menos en alma.
Mientras recorremos los mercados y ofrendas dispuestas en gran parte de los parques y recintos culturales y populares, encontramos a los niños pidiendo calaverita, formando un extraño e inocente sincretismo al portar sus disfraces.
Pasamos por panaderías que inundan nuestro paladar con el olor a mantequilla que nos lleva a saborear sin haber probado bocado de ese pan de muerto, en cualquiera de sus variedades. Y terminamos poniéndolo sobre la mesa para repartirlo en la cena familiar con un chocolate caliente, sea de la abuelita o del antiguo tlatoani.
Entonces, ¿cuál es el verdadero valor de la tradición?. ¿Cuántas veces hemos peleado con la inserción de la "tradición gringa" a nuestros hijos?, y hemos deseado eliminarla sin mucho éxito. Olvidando a la velocidad que va el mundo, es casi imposible dejar a un lado las influencias de otros países: lo que nos queda es no olvidar lo que nos inculcaron nuestros padres y abuelos.
Porque más allá de la idea que algunos tienen al relacionar nuestra festividad con algo diabólico: un culto a la muerte, es un homenaje a los que más quisimos. Aquéllos que tantas comidas, festejos, nacimientos, y demás momentos importantes compartieron con nosotros. Se trata de un pretexto para sentirlos cerca y recordar que tienen un lugar importante no sólo en nuestra mesa: en nuestro corazón.
Dejar legado de lo que nuestros ancestros consideraban real, a través de la práctica o de la palabra, es lo que importa; hacer saber a las nuevas generaciones que tenemos raíces, identidad, lo que nos caracteriza frente al mundo.
Aprovechar la ocasión para divertirnos, convivir, demostrar nuestras capacidades literarias, desempolvar las viejas recetas: disfrutar en familia.
Porque este año el Día de Muertos tiene un significado especial. Recordaremos a todos aquellos que han muerto en una guerra sin cuartel, en una lucha de mexicanos contra mexicanos en busca de un poder que sólo algunos disfrutarán. Un enfrentamiento en el que la línea que divide a culpables de inocentes se difumina con la sangre que se salpica.
Reflexionemos, recordemos que no son políticos, periodistas, estudiantes, narcotraficantes: son seres humanos. No dejemos de sorprendernos, no nos desensibilicemos, porque nadie quisiera que el extraño mañana se convirtiera en conocido, y éste en un número negro que disminuye con sólo borrar el dígito en la computadora.
Que estas fechas sean de tradición, de reencuentro, pero que también sirvan para revalorar y celebrar la vida; aferrarnos a los nuestros mientras los tenemos a un lado, para que mañana el alimento se ofrezca con cariño y no con el nudo en la garganta.

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