agosto 08, 2010

Turista mexicano... ¿en México?

Desde que entró en mí la cosquillita de ver y conocer un poco más acerca de lo que me rodea, me he dado cuenta de muchas cosas, pero hay algo que me saltó a la mente y que tiene que ver con la manera en que muchas veces actuamos al ser turistas.
Si tomamos en cuenta que somos turistas prácticamente todo el tiempo, no sólo de un sitio específico, sino del mundo, de la vida en general, es muy curioso darnos cuenta que realmente no lo sabemos serlo.
Desde niña me ha gustado mucho viajar, me encanta la sensación de estar en un lugar nuevo, desconocido; amo dormir en hoteles, con la protección y la seguridad que estar en un edificio resguardado, en una soledad acompañada por otros seres solitarios que duermen en los cuartos contiguos.
Lo que más me gusta de viajar, es estar ahí, donde nadie me conoce, donde lo que soy en ese momento es lo único que importa; nadie me juzga, tiene expectativas de mí, ni se sentirá defraudado, porque al final de cuentas, cuando viajas no hay pasado ni futuro, sólo presente, y eso a alguien como yo le conviene bastante.
Pero aunque me encanta viajar, en las últimas oportunidades que he tenido de visitar lugares desconocidos, me doy cuenta que cometo muchos errores, porque, imagino que no soy la única, doy por sentado muchas cosas.
Esto ocurre principalmente cuando viajamos al interior de nuestro país, esta hermosa República que tiene mucho, demasiado por mostrarnos, pero que muchas veces dejamos relegado, enfocándonos en dos o tres sitios predilectos; sé bien que la economía no siempre nos ayuda, pero no neguemos que en ocasiones es la comodidad la que predomina.
Acostumbramos viajar a los sitios considerados turísticos, y permitimos que un guía, tríptico o incluso Internet, dirijan nuestro tour, y no nos preocupamos por ver más allá.
Insisto, no se trata de explorar cada uno de los lugares que componen el estado o cuidad que visitemos, simplemente en enfocarnos en los pequeños detalles.
Cuando tenemos oportunidad de viajar al extranjero, elegimos los países que más nos llaman la atención, sea por historias, información, o simplemente por deseo personal; pero al estar ahí, queremos conocer todo, escuchar, oler, probar; también el dinero llega a ser impedimento, pero tenemos un menor recelo por gastarlo, no sabemos si algún día estaremos nuevamente ahí, pero por qué dar por sentado que sí lo haremos en nuestro país.
Entonces caigo en la cuenta de que la mayor parte del tiempo he viajado sin realmente viajar, que mis viajes en el pasado, se han convertido en simples vacaciones; que he ido a diferentes lugares, para hacer loq ue haría en mi casa, solamente descansar, cambiar de escenario, de aires,pero al final de cuentas no gano mucho.
Suele suceder que terminemos nuestros viajes enclaustrados en un hotel, claro en la alberca, o en la playa de éste, pero nada más; visitamos algunos lugares reconocidos, y comemos en restaurantes .
No significa que esto esté mal, al contrario, todos deseamos divertirnos, después de todo salir de la ciudad es implica ya un sacrificio tanto económico como de tiempo, por qué no puedo tirarme en un camastro y sentir la brisa del mar; pero no valdría también la pena llevarnos un poquito más de ese lugar.
Y nuevamente insistiré en mi tema favorito: la gente; y es que para conocer un lugar debemos conocer a su gente, acercarnos a los oficios, a la cotidianeidad, porque nadie mejor que ellos saben lo que es vivir en ese sitio.
Ellos conocen bien su lugar de origen, o aquel en el que tantos años han vivido; nos dan los mejores tips para visitar, sitios que no están en los libritos de sitios turísticos, aquellos que son importantes para ellos.
En ocasiones caminar es el mejor transporte, no sólo porque sirve para desentumir las piernas después de tantas horas que pasamos en el tráfico citadino, sino porque nos da la ventaja de detenernos en donde nos llame la atención.
Y ¿qué decir de la comida?. Regresar a la ciudad sin haber probado los sabores tradicionales, típicos de la región, resulta ser casi un delito; y no me refiero a comer pescado o mariscos cuando vamos a la playa, sino en el lugar.
Si terminamos desayunando huevos con jamón y hot cakes; comiendo en un restaurante, y cenando en el hotel, dónde quedó la experiencia culinaria.
Con los años he aprendido que las cosas más ricas se encuentran en los mercaditos, no sólo lo que es específico del lugar a donde vamos, sino también en el calor y ese trato personalizado; está la frescura y la calidad de los alimentos, el sabor de México.
En fin, me doy cuenta que he perdido muchos viajes, pero hay más por recuperar; sentirme parte del entorno y no sólo un objeto fuera de lugar.
Sólo resta decir, a viajar, a sentir, a explorar...

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