julio 19, 2010

El lado oscuro del rosa

-Quiero las estampas de fresas!!
--No, tú tienes las de letras, o qué, ¿eres niña?, las rositas son para las niñas, tú quédate con las letras.
-Pero ¿qué tiene?.

Alguien tiene la respuesta a esa pregunta, qué tiene que un niño tenga unas estampas de fresas, del color que sean, rosas, amarillas, azules, moradas, ¿qué más da?.

De qué nos ha servido tanto promover la diversidad sexual, tanto hablar y hablar acerca de cuanto respetamos a gays y lesbianas, si cuando vemos a nuestros hijos, sobrinos o primos jugando con cosas etiquetadas como “femeninas”, pegamos el grito.

¿Desde cuando las fresas son frutas de mujeres? Ahora resulta que hasta las frutas tienen género, a partir de hoy no comeré mamey, ni plátano, no me vaya a crecer vello excesivo.

Los seres humanos reflejamos nuestros miedos de las maneras más estúpidas, como si al tocar una muñeca, automáticamente un niño se volviera gay; y si así fuera, cual sería el maldito problema, es que acaso no se ha hablado mucho de los mismos derechos que tenemos todos.

A mí tener un primo, hermano, amigo, sobrino o hijo homosexual, me afecta tanto, como que sea ingeniero, carpintero, stripper, maestra o ama de casa; es decir absolutamente nada.

Aprender a dejar de etiquetar es el primer paso para enriquecer nuestra sociedad; debemos dejar de inculcar esa conducta homofóbica y ese maldito machismo en el que los hombres no lloran, ni pueden ser cariñosos o sensibles, porque después nos pasamos años tratando de entender por qué nuestros novios o esposos son tan secos o incluso violentos.

Desde niños vemos y absorbemos conductas que reproduciremos de grandes, y el hecho de decirle a un niño que si se pone una playera rosa es niña, es de lo más ilógico y estúpido.

Ser homosexual, heterosexual o bisexual es algo que se tiene que vivir de manera individual, nuestra labor como familiares y amigos es únicamente la de apoyar y respetar; defender, pero nunca juzgar.

Si son ellos los que se tienen que enfrentar a este mundo de discriminación y segregación, porque somos nosotros los que nos espantamos; ojalá esto respondiera al temor de que sean señalados, pero lamentablemente no, si responde a un temor, pero de que los señalados seamos nosotros.

Esa maldita necesidad de pertenecer y encajar perfectamente en una sociedad tan poco tolerante, nos hace perder el foco e ignorar que el verdadero valor, lo verdaderamente importante, es amar a los nuestros y ver por su bienestar, más que por lo que el vecino dirá o no de nosotros.

Las decisiones que cada uno toma, nos pertenecen a nosotros y nada más; vale más aprender a respetar y educar a nuestros pequeños con el valor de la tolerancia, dejar de estigmatizar el homosexualismo y darles la confianza de que si ellos aman a alguien de su mismo sexo, tendrán en nosotros un apoyo, no un rechazo.

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